Por amor. Maram Al-Masri comenzó a escribir por eso. Por el sentimiento que le despertó un cristiano a la joven musulmana que fue. “Ese acto fue algo muy mal visto por la sociedad”, expuso frente a las y los estudiantes de la Preparatoria 3 de la Universidad de Guadalajara (UdeG) que la recibieron como parte del programa Ecos de la Feria Internacional del Libro (FIL).
“Ese amor que sentí lo escribí por primera vez en árabe, mi lengua, y fui castigada. Dejé Siria en 1994 y me casé con un hombre al que no amaba, por lo que me divorcié. Cuando hice eso, él se llevó a mi hijo de 18 meses y no supe de él durante 13 años. A partir de ahí abandoné la escritura porque fue una forma de castigar a mi lengua y a mi cultura”, relató.
Cuando Maram Al-Masri volvió a ver a su hijo fue cuando regresó a la creación literaria. En ese momento nació su poemario Una cereza roja en un suelo de baldosas blancas (2002) y luego eso la hizo llegar a vivir sola en una gran ciudad llamada París donde continuó su labor creativa y donde se acercó a una asociación de mujeres que han sufrido violencia.
Ellas son las que ahora inspiran sus textos, que se han convertido en una forma de evidencia de las tradiciones patriarcales que oprimen al género en distintas latitudes del mundo. Como ella lo sufrió cuando le escribió a aquel mozo cristiano de su juventud que hizo crear poesía.
“Mi trabajo evidencia la tiranía del poder y de las dictaduras. Hace falta que todos nos levantemos contra esos regímenes, por la violencia que provocan y el dolor. Seamos vigilantes y estemos al tanto de nosotros mismos porque la violencia está en nosotros. Si no estamos atentos ella gana”, sentenció.